En
las últimas semanas periodistas, columnistas y todo aquel que ha defendido la
gestión de Jaime Saavedra al frente del ministerio de Educación hemos sido
blanco de acusaciones directas y temerarias según las cuales recibimos
millonarias sumas de dinero, precisamente de manos del Minedu, para opinar a
favor del ahora exministro. Los llamados fujitrolls –algunos con
nombres y apellido– han salido como hordas en las redes sociales para tildarnos
de mermeleros y lentejeros, calificativos que reemplazan al ¿por qué tanto
odio?, usado por los fujimoristas para descalificar cualquier cuestionamiento
durante la campaña electoral.
Resulta
curioso que el partido que compró la línea editorial de los medios para tapar
la corrupción de su gobierno apunte ahora con el dedo acusador al periodismo
por apoyar a un funcionario eficiente y de probada moral. Saavedra ha logrado
incluso que periodistas de posiciones antagónicas coincidan en señalar fuerte y
claro la bajeza, y debilidad de los argumentos usados para censurarlo. Debe ser
este un territorio nuevo para el fujimorismo acostumbrado a controlar todo con
artimañas, abusos y dinero.
¿Mermelada?
Permítanme recordar a las famosas “geishas” de los 90, esas periodistas que
solían acompañar a todos lados a Fujimori y cuyos viajes eran costeados con
dinero de palacio de Gobierno, o sea nuestro. Esas periodistas que conseguían
la publicidad estatal que sus jefes reclamaban. Sí, esos jefes que se sentaron
en la salita del SIN para recibir fajos de dinero que compraron sus
conciencias. Quienes tenemos años en este oficio sabemos que muchos periodistas
del entorno del dictador se beneficiaron con contratos con entidades del Estado
para sus consultoras y productoras que convenientemente crearon por esos años.
Y de esas hay muchas más historias.
El
fujimorismo, que no tiene nada de nuevo, cree que sigue en los 90 cuando era
más fácil corromper sin que la opinión pública se dé cuenta. La prensa está
lejos de ser perfecta pero en el caso de Saavedra ha demostrado, en su mayoría,
estar del lado correcto.
Por: Patricia Montero - La Republica
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